Nota Tango Argentino por Kado Kostzer
Recurrir al muy farandulesco: “Onofre salió de gira”, sería un lugar común para un
personaje tan excepcional, un eufemismo que a él no le gustaría. ¡Onofre ha muerto!
El habitual caos del tránsito de la Av. 9 de Julio se agrava por un paro en el
servicio de subterráneos. La elevada columna mercurial no ayuda. El cortejo fúnebre de Onofre Lovero que partió de la Legislatura de la Ciudad, y debe pasar por la puerta del teatro que él fundó
y construyó (el actual Payró), avanza morosamente. En un coche que comparto con su nieto y un par de personas más reina un humor tenue y respetuoso (así le hubiera gustado al difunto) Desde
lejos, en medio de la congestionada arteria, vemos una silueta femenina que hace grandes gestos y vocifera. Nos inquieta la integridad física de la alterada dama, ¡una loca! Ya cerca de ella sus
gritos se convierten en palabras, palabras exaltadas que quieren transformar la ignorancia e indiferencia en conocimiento y conciencia.
- ¡Dejen pasar a un grande! Onofre Lovero, un grande. ¡Señores, ahí va un grande!
¡Que pérdida! –vocifera.
La calificada apresuradamente como loca no es tal, sino una lúcida.
Ese “grande”, que con frecuencia la irrefrenable pasión popular desperdicia en banales personajes de la tele o deportistas humanamente despreciables, es el adjetivo justo para definir a un hombre
excepcional.
Onofre ha muerto. Los que tuvimos la suerte de compartir sus justas luchas, gozar su
deliciosa charla, seguir sus nada petulantes enseñanzas, admirar su sentido de la ética, y también atemperar sus iras, extrañaremos por el resto de nuestras vidas tan generoso y refinado espíritu
de artista.
En mi infancia tucumana, cuarenta años antes (quizás más) de ese
3 de diciembre del 2012, el nombre de Onofre Lovero ya me dice mucho a través de las secciones teatrales de los diarios y de los viajeros que ven sus espectáculos en ¡el Teatro de los
Independientes! con obras de calidad, excelentes producciones, actores competentes, puestas plenas de creatividad... En el invierno de 1960 lo compruebo personalmente. “Bataclán” reúne un elenco
inmenso, exige innumerables cambios de escenografía en sus 26
cuadros. Mis asombrados e
inmaduros ojos de niño no pueden creer tanto despliegue, tanta maestría, casi magia, para coordinar y hacer funcionar a la perfección el complicado planteo escénico en un estrecho
recinto.
Años más tarde, me sucede lo que es habitual en esta profesión del teatro: Uno
termina siendo colega, y mejor aún, también amigo de la gente que en su infancia le parecía inalcanzable.
Momentos:
Onofre, en 1987, entregándome el carnet (por él firmado y que aún conservo) de
miembro de la Asociación Argentina de actores, institución de la que en ese momento es Presidente.
Soy parte de los privilegiados que integran la conmovida platea del Payró (su teatro)
en la celebración de sus 80 años.
Comentando extasiados, más de una vez, cada actuación virtuosa de Helen Mirren (cuya
foto Onofre lleva en la billetera) Días después del estreno de “The Queen” (magistral composición de Mirren), descubro un tesoro. ¡Una revista de decoración que muestra ampliamente la sobria y
acogedora casa de la actriz inglesa! A Onofre, pícaro y curioso, le encanta “penetrar” en esa intimidad.
Yo, ya acostumbrado a sus empecinamientos de hacerse cargo de la totalidad de las
cuentas de mesas compartidas en bares y restaurantes, pactando a escondidas con los mozos para que no le recibiesen el dinero. O con la excusa de ir al toilette, pagando en el mostrador. Como
corolario ¡la ira de Onofre! Luego, “ya alertado” de mis estrategias se apresura a aplicarlas con éxito ¡antes que yo!
En las reuniones de directorio PROTEATRO, y frente a temas serios, y no tanto, yo
asumiendo el rol de incisivo comentarista, largando exabruptos solo por el placer de verlo sonreír. Y este improvisado comediante más que alagado ante la alegría del patriarca que transforma
en cabecera cualquier sitio de la mesa en que se ubica.
“¡Apenas discípulo!”. Era su réplica ante el “¡Maestro!” que a cada rato recibía de
teatristas y neófitos. Como era un hombre honesto, incapaz de apropiarse de algo que no le perteneciera, me explicó una vez el origen. Había tomado la frase de Raúl de Lange, un genio dueño de un
arte muy particular, al que un admirado Onofre le cedía periódicamente su escenario de San Martín 766 para legendarios recitales.
La despedida
Onofre ha muerto. El Teatro Independiente, del cual su nombre es sinónimo, seguirá
vivo. Ese fue siempre su más ferviente deseo. Así lo reiteran los conmovidos discursos de colegas y amigos en el Panteón de Actores del Cementerio de la Chacarita. Mis tímidas palabras son más
escuetas y relato un episodio que me sucedió: Ante la pregunta de un extranjero, desconocedor de la actividad escénica argentina, sobre el lugar que ocupaba Onofre Lovero en el Teatro
Independiente, respondí: “No ocupa ningún lugar. ÉL ES el Teatro Independiente”.
Un elevador, de engranajes chirriantes, casi plañideros, deposita su féretro en el
segundo subsuelo del panteón lleno de placas de bronce (que sustituyen para siempre a las marquesinas) con nombres famosos y no tanto. El nicho asignado está a considerable altura, parece
imposible llegar hasta ahí. Ante la ausencia de personal de cementerio, somos los amigos los que debemos ubicarlo. Luego de muchos esfuerzos y maniobras (la situación es muy teatral y esta vez
dirige las acciones Laura, su viuda), por fin, (momento siempre escalofriante) el pesado cofre con los despojos mortales de quien fue Onofre Lovero se pierde en el estrecho hueco. A la manera de
suspiro exclamo: “¡Onofre nunca fue fácil!”. Hay sonrisas, sin embargo reina en el recinto una triste y apesadumbrada sensación de orfandad. Observo las placas de los vecinos, que en este caso
son vecinas. ¡Al lado de Nélida Roca! ¡Arriba de Ethel Rojo! Nada mal para un reconocido Don Juan. Gran final con mucha emoción. El Primer Actor, el Hombre de Teatro, me imagino, no tiene
problema alguno de compartir con las vedettes nuestros sentidos e interminables aplausos.
P.S.
Al comenzar a escribir esta semblanza por ¡caprichosa razón! mi computadora (tonta
por naturaleza brillante en esta ocasión) cada vez que escribía Lovero se empeñaba en cambiarlo por Lover. Me pareció divertido que Onofre se transformara
en Lover. Por otra parte era lógico. Lover en inglés es amante. Y el sustantivo lo define muy bien. El fue el Gran Amante. Amante del teatro. Amante de la
buena comida. Amante de bellas mujeres y selectas compañías. Amante del arte, del conocimiento y de la cultura. Amante de las causas justas y solidarias. Un amante de la vida que se empeñó en
vivirla pantagruélicamente. Hasta su último momento nada le fue indiferente, desde lo más cotidiano hasta lo más sublime.
Nota para la revista Tiempo de Danza
La danza en el cine, por Kado Kostzer